El bocadillo en el AVE Por Julio Muñoz Gijón EL RELATO Julio Muñoz Gijón (Sevilla, 1981) se considera escritor de Ave, no solo por haber escrito parte de sus novelas ahí, sino por las fotos que los lectores le mandan leyéndole en el tren. Ha vendido más de 100.000 libros de las novelas de su saga de El Asesino de la Regañá. Seguir leyendo El detective Jiménez y el inspector Villanueva descienden la rampa mecánica de la vía del Ave en la estación de Santa Justa, en Sevilla. —Jiménez, siempre que vuelvo de Madrid recuerdo aque-llo que me contó de que en la rampa de subida a Sevilla no hay que echarse a un lado para que pasen los que traen prisa. Jiménez asiente. —Otro ritmo. Ni mejor ni peor. Los dos policías llegan al coche 7, comprueban sus bille-tes y se sientan. Les ha tocado mesa. Villanueva se acomoda. —Esperamos a arrancar y vamos a tomar un cafelito a la cafetería del coche 4, ¿vale? —Perfecto. Mientras, déjeme que le cuente una vez que fui a Madrid en tren antes de que hubiera Ave. —Miedo me da. —El Ave tiene ya 30 años, todo ha cambiado mucho. Antes se tardaba más, no tenías esos pedazos de aseos con el licor de pitufo azul, no ibas tan fresquito… También tenía su encanto, vendían mostachones en un carrito, por ejemplo, pero no era esta categoría. —Sí, está muy bien. —El caso es que una vez, iba yo a Ávila y había, en los asientos de al lado, un tío que tenía pinta de pasar tela de hambre. —Vaya por Dios. —Era tan delgado que parecía la radiografía de un bolígra-fo. Y enfrente iba una señora con su nieto, de 10 o 12 años. Era la hora de merendar y la mujer le había traído un bocadi-llo de jamón que daba gloria verlo. —Qué rico. —El caso es que el niño no quería el bocadillo, y la mujer estaba intentándolo de todas las formas. “Venga, Manolito, cómete el bocadillo que si no se lo voy a dar a este señor”. Y el niño pasando. Y el tieso mirando el bocadillo como si fuera La Macarena por el Arco. Inevitablemente, todo el vagón, no solo Villanueva, comienza a atender a la narración de Jiménez. —Y venga la abuela, “Vamos, Manolito, que se lo doy a este señor”. Y Manolito que no, y la abuela erre que erre, “Manolito, que al final se lo va a comer este señor, tú verás”. En ese momento llegan los compañeros de asiento en la mesa. —Buenos días. Jiménez y Villanueva se levantan para dejarles pasar. Al resto del vagón parece que le ha molestado la interrupción. Están todos enchufados a la historia. Jiménez continúa. —Imagínese una abuela insistiendo a un nieto para que coma, eso no tiene fin. Y venga con “El bocadillo, Manolito”, y venga con “Cómetelo, que se lo voy a dar a este señor”, y Manolito venga a pasar, y la abuela que no descansaba. Jiménez hace una pausa de expectación y todo el mundo le escucha. —Pues llega un momento, como a las cuatro horas de haber salido de Sevilla, que el tieso ya no puede más y va y le dice a la mujer: “Señora, mire, por favor, a ver si se decide el niño que me tenía que bajar en Córdoba… ¡y vamos ya por Puertollano!”. Todo el vagón estalla en una gran carcajada. Jiménez se levanta y saluda. Villanueva también. —Vamos a la cafetería, se ha ganado un bocadillo de jamón. —A ver si ha vuelto el de lomo Camembert, que me gus-taba mucho a mí y lo quitaron.