PERDER EL TREN Por BALTASAR MAGRO EL RELATO Baltasar Magro es periodista y escritor. Trabajó 30 años en televisión. En 2019 publicó El secreto de las hormigas, relato galardonado en EE UU como mejor cuento en español. Su última novela es María Blanchard. Como una sombra (Alianza editorial). Seguir leyendo Querida Sara: Es improbable que esta carta llegue a tus manos. Creo que la dejaré en algún rincón de mi casa para que terminen leyén-dola alguno de mis hijos o nietos. Espero que contribuya para que ellos nunca pierdan el tren como yo hice en su día, para que no desperdicien las oportunidades de calado que se les presenten en su vida. Te escribo sentado en un banco de la estación de ferrocarril de Toledo. Vengo aquí con alguna frecuencia, al menos una vez al año coincidiendo con la fecha del mes de junio cuan-do me despedí de ti. Es un lugar precioso, lo recordarás, otro monumento de esta ciudad, más reciente en el tiempo pero con las trazas tradicionales de los constructores mudéjares cuyas muestras tanto abundan por las calles del casco históri-co. Aquí llama la atención su azulejería y el artesonado digno de un palacio. Cuando paseo por sus andenes pretendo recuperar tu ima-gen, hay ocasiones en las que llego a verte como si perma-necieras anclada para mí en este lugar. Han pasado muchos años. Por entonces, aún circulaban locomotoras de vapor, ahora son trenes como aves ligeras que se deslizan a veloci-dad de vértigo por los raíles. Si apareces como una sombra en alguna de las plataformas, la nostalgia por tu ausencia termi-na hiriéndome hasta convertirse en una especie de amargura que, a ratos, me roba el respiro. Es por ello por lo que evito, en la medida de lo posible, revisar lo que me dejaste escrito y que conservo como oro en paño. Decías: “Quiero rescatar-te, toma el tren, comenzaremos la mejor de las aventuras”. Añadías el número de teléfono del hotel de Madrid para que te avisase de mi llegada ya que deseabas acudir a buscarme a la estación de Atocha. Nunca cogí el tren ¿por temor, cobar-día…? Sé que fue un gran error, lo he pagado con creces. Nos conocimos cerca de la sinagoga del Tránsito, querías recorrer el barrio de tus antepasados. Venías de Grecia, cerca de Atenas, me dijiste. Durante dos días visitamos los rincones y edificios más hermosos de mi ciudad, paseamos al atarde-cer por las orillas del Tajo. A ti te asombraba que vistiese con traje y corbata. Te lo expliqué. Era profesor de un colegio de religiosos al que asistían los niños bien de la ciudad y ese era mi uniforme dentro y fuera del centro escolar. Estaba obliga-do a guardar las apariencias. Me vigilaban, me analizaban y controlaban porque así era la vida provinciana. Tú apenas lo entendías. Eras una mujer de belleza singular con otras cos-tumbres. No ocultamos por las calles lo que sentíamos el uno por el otro. Aquel domingo en la estación, antes de tu parti-da, te dije que iría el lunes a Madrid, que te seguiría. No fui capaz de hacerlo, dejé pasar el tren, te perdí… Me expulsaron después del colegio por mi comportamiento poco apropiado con una turista. Me ayudaste sin saberlo para salir del agujero en el que estaba sometido. Mientras termino de escribirte los andenes permanecen vacíos. Tú sigues ahí para recordarme que nunca hay que perder el tren.