El zapato Por Ana I. Regalado EL RELATO Ana I. Regalado (Barcelona, 1978) es narradora y coordinadora de jefes de tripulación de Ave. En 2020 publicó su primer libro, 52 lunes. Relatos para empezar la semana de forma diferente. Seguir leyendo Me asomo a la puerta. El control de acceso ya está abierto. Bajo al andén terminando de ajustarme el cinturón de la gabardina y me pongo los guantes. Miro hacia arriba. Los primeros viajeros van llegando al ritmo constante que marca la rampa. Suben y se van sentando en sus plazas. Llenando de voces y movimiento el interior del tren. Mientras voy dando los buenos días, me gusta imaginar de dónde vienen y a dónde van. Averiguar sus historias de vida y sus motivos. Hace frío en el andén. Un viajero, medio escondido detrás de una columna, fuma. Vuelvo a la rampa. De las personas que siguen bajando, una señora destaca entre las demás. Se acerca a mi puerta. Viene preciosa y sonriente, con ese halo que desprenden las personas que se saben afortunadas. Por la pequeña maleta y su forma de vestir, pienso que debe tener algún evento importante en Barcelona. Me sonríe al devolverme los buenos días y cuando se sube al tren… — Oh, ¡el zapato! — ¡El zapato! — repito yo otra vez, llevándome las manos a la boca. Cual cenicienta moderna, termina de subir el último esca-lón del tren con uno de sus pies descalzos, sin dejar de mirar esa maravilla de tacón alto, negro y brillante, forrado de rojo por dentro, que se le acaba de escapar al vacío. El zapato ha caído a la vía, justo entre dos traviesas y el riel. Valoro rápidamente tirarme al foso para recuperarlo, pero entre la falda de mi uniforme, las medias y los tacones que llevo… Me lo pienso un segundo. Ella se da cuenta. — Tranquila, no te preocupes, llevo unas bailarinas en la maleta. Si se puede acceder a la vía cuando salga el tren, ya lo recuperaré a la vuelta. — Voy a buscar al mecánico y lo intentamos. Me giro y ojeo rápido por el andén. Por probar que no que-de. Ella se sienta en su plaza, serena a pesar del percance, de la misma manera que llegó. Veo a mi compañero a lo lejos. Voy caminando rápido y cuando me mira, le hago una señal con mi mano y él se acer-ca también. Le planto mi mejor sonrisa antes de decirle: — Te necesito para un rescate. — A ver, qué te ha pasado… Lo dice entre curioso y sorprendido, aunque ya me está acompañando. Mientras caminamos de vuelta por el andén, le cuento sobre el zapatito perdido al subir las escaleras, escenificando el momento. Al llegar con el mecánico, encuentro en la puerta del tren al viajero que fumaba medio escondido. Espera con el zapa-tito en la mano. — ¡Vaya! Muchas gracias, qué caballero. — Mi lado ena-morado de las historias con serendipias surge inevitablemen-te. —Quizá quiera darle usted mismo el zapato a su compa-ñera de viaje — bromeo. El viajero se ríe con ganas, pero por un momento se lo ha pensado. — Mejor seré un héroe anónimo — me guiña un ojo. Mientras subo la escalinata protagonista, no dejo de pen-sar en la idea del señor poniendo ese zapatito en el pie des-calzo de la viajera. Hubiera sido una bonita imagen para este día de febrero.