+alto El novelista Álvaro Cunqueiro describía su Galicia natal como “el país de los mil ríos”. No lo decía solo por el clima lluvioso, también por las corrientes de agua que, gracias a la geografía quebrada del terreno, formado por multitud de valles y montañas que se extienden del litoral al interior, dan origen a fenómenos tan imponentes como las fervenzas. Derivado del verbo ferver (‘hervir’), por la espuma que se crea a la caída del agua, fervenzas es la palabra gallega con que se denomina a las cascadas que se reparten por el terri-torio de la comunidad. Santiago Bacariza, jefe de área de pro-ducto en Turismo de Galicia, afirma que la Xunta maneja un censo de 309, y de ellas 86 se sitúan en Pontevedra y las Rias Baixas. Las más altas, con una caída libre de 60 metros, son las Fervenzas do Toxa, en el término de Silleda. “Es espectacular. En Pontevedra, hay una característi-ca geológica que se conoce como depresión meridiana y da lugar a algunas de estas cataratas. El Camino de Santiago viene precisamente por ahí, al ser la zona llana entre los dos lados adyacentes”, explica el administrativo. Algunos de los senderistas del Camino, de hecho, se unen a su paso a los lugareños para bañarse en las pozas de las fervenzas, donde el agua es más mansa, que han convertido en “playas locales”. Un ejemplo son las Fervenzas do Barosa, en el concello de Barro, con área recreativa acondicionada e incluso un restau-rante construido en uno de los antiguos molinos que, aprove-chando la corriente, se disponían al servicio de aserraderos o pequeñas industrias hidroeléctricas. Donde viven las leyendas La magia que puebla el imaginario popular de Galicia tam-bién se puede encontrar en estas cascadas. Sin ir más lejos, el concello de Soutomaior, en Vigo, alberga las Fervenzas do Inferno, llamadas así por la oscura cueva que el tránsito del agua excavó. “Hay muchas fervenzas y pozas con la denomi-nación ‘do Inferno’ o ‘negro’, por las historias locales de mei-gas, lugares que aparecen y desaparecen o cosas misteriosas del estilo”, cuenta Bacariza. “Si vas solo, te puedes imaginar que va a aparecer ahí un monstruo”. Lo que no es insólito es encontrarse en estos lugares con lobos, zorros y otros anima-les que necesitan acercarse a las corrientes de agua a beber. Su fauna también se compone de nutrias o mirlos acuáticos, ambos dos bioindicadores de aguas limpias. En su vegetación de ribera pueden apreciarse nenúfares, alisos o ameneiros, además de sauce, roble y helechos. Visitar las fervenzas, muchas de fácil acceso a pie (sin olvi-dar la irregularidad del terreno) acercando el coche a uno o dos kilómetros, también puede ser una excusa para conocer lo que el agua generó a su alrededor, tanto los pueblos como sus entornos. En Fervenza de Casariños, a su hermosa casca-da en dos saltos de agua escalonados, que muchos conside-ran la más bonita de Galicia, se suma A Laxe, paraíso natural en Fornelos do Monte. “Tú ves la fotografía y es preciosa”, reflexiona Bacariza, “pero si no estás allí no escuchas el río desplomándose con esa potencia inmensa en el caudal, no percibes la humedad, la vegetación... Esa sensación de estar abrumado que uno tiene en un sitio así”. Las Fervenzas do Barosa cuentan con un área acondicionada para disfrutar un día de baño. Cascada del río Barosa. © Agustín Paz/Getty Images. Pozos o molinos hidráulicos son el vestigio de la vida que el agua generó a su paso por lugares como el municipio de Barro. Molino de piedra en Barosa © Daniel Mato/Getty Images. Fervenzas de Segade, en Caldas de Reis. Cascadas Segade del río Umia © Getty Images